Volcado por esencialidad y vocación a la narrativa –Martín Bentancor también es periodista-, comenzó en sus años de estudiante secundario haciendo versos. Joven, prolífico y exitoso autor suma esta novela a sus otras dos obras éditas: “Las otras caras del verano” (en coautoría con Rodolfo Santullo) y”Procesión (cuentos). En “La Redacción”, ambiente y personajes son “rescatados” de la cotidianeidad de otro tiempo, paradojalmente inmerso en una bruma de distancia y lejanía.
Dice A. Tajamares en el prólogo: “La Redacción’ es, sin dudas, varias redacciones, aunque, por eso mismo, no es ninguna. También es un tiempo, una coyuntura económica y, sobre todo, mucha gente. Muchos personajes, dotados de un patetismo inusitado –o no tanto para la larga historia universal del patetismo- pero también de ciertos valores como nobleza, lealtad y un temerario sentido del riesgo. Aunque la ubicación espacio-temporal no es precisa, asumo que el texto remite a los primeros años noventa del pasado –y pisado- siglo; una época vertiginosa de cheques fáciles, pero muchas veces fríos, asesores de marketing que prometían una rápida salvación en entrevistas semanales de cien dólares la hora y agresivas visitas a nuevos financistas para alimentar la esperanza, siempre renovada, de que los números cierren. Pero también una época –acaso la última- donde se pensaba que se podían hacer cosas con palabras, especialmente si éstas eran impresas, tenían fecha y hora de cierre, y si algo de nosotros estaba involucrado en ellas. Apegado a ellas. Aferrado a ellas. Para el autor, los ruidos del fax y de la Olivetti funcionan como sonido ambiente de la sórdida oficina a la que arriba el licenciado Juan Luis Sanabia con la firme (e ingenua, para los parámetros contemporáneos, irritantemente escépticos) intención de realizar un milagro… En un presente de redacciones virtuales y de virtual imposibilidad de nuevos emprendimientos periodísticos sustentados en la letra de molde, ingresar a ‘Económicos Ciudad’ es como profanar la tumba de un faraón y acceder a un modo de vida que tiene tanto de atroz como de entrañable. En este sentido, Bentancor como un arqueólogo, acaso involuntario, exhibe las ruinas de un pasado tan cercano que no identificamos como pasado y tan lejano que nos cuesta creer que así haya sido.”
Al mismo tiempo, el autor en “nota preliminar” (aclaratoria, confesional casi), expresa: “Escribí esta breve novela algunos años atrás, cuando mi efímera relación con el periodismo escrito montevideano se había acabado y, en su lugar, quedaban profusas manchas de tinta, algunos recortes de diario y una sucesión de desganadas caminatas hacia la redacción. Al releerla, varios años después, he resistido a la tentación de enmendar alguna corrección o rescribir algún pasaje para que siga latiendo, detrás de mi retina, la imagen idealizada y ligeramente sórdida de aquella estancia sobre la calle Hocquart.”
Dividida en tres partes y un epílogo, el texto inicial de “El Administrador” (I) es contundente, y permite fijar en la retina del lector el ambiente en que se desarrollará la novela y el comienzo de su galería de personajes: “Cuando el licenciado Juan Luis Sanabia empujó la pesada puerta de madera, lo envolvió un aroma penetrante y vagamente familiar. El olor a diario viejo… El sonido de una máquina de escribir utilizada con inusitada lentitud le llegó desde el fondo del recinto… Al ver el viejo que se acercaba por el pasillo, enfundado en un enorme chaleco gris y con la cabeza coronada por una mata de cabello blanco, Sanabia recordó las palabras de su cuñado la noche anterior. –José Alberto Savedra es una ficha de las que ya no quedan. Su función es la de editor pero en realidad se encarga de casi todo. Supervisa los avisos, escribe la mayoría de los artículos y a veces, le pasa un trapo mojado al piso.” La señora Calabresi, Verónica –la secretaria-, el redactor cultural Amadeo Viñetas, “especialista en la vida y obra de Graham Greene”, curioso espécimen en “una publicación de avisos económicos” completan el reducido cuanto desigual staff del diario. Una pieza grande con escaso mobiliario: cuatro escritorios con sus sillas, un ventilador, biblioratos “saliéndose” de un armario e innúmeros diarios viejos vestían austera y pobremente la sala de redacción. A través del pensamiento de Sanabia se nos informa sobre las características de ‘Económicos Ciudad’: “una publicación en papel de diario, formato tabloide y utilizando la tinta más barata de plaza” Lo externo y la interioridad de cada personaje van conformando las aristas de una trama que sutilmente se va desplegando ante los ojos del lector que –a la altura de estas primeras páginas- comienza a vivir y sentir el desolado y desolante destino de sus criaturas. El final de ‘Económicos Ciudad’ parece cercano. La presencia de Sastre, el acreedor, la instancia judicial en marcha y el personaje –realmente antológico- del editor Savedra, aferrado a su publicación como podría hacerlo un naúfrago con el madero que lo traerá hasta la orilla van conformando el asedio y la defensa de la pequeña –y venida a menos- fortaleza. Sastre confía a Sanabia la cuantía de la deuda ‘la empresa me adeuda la suma de once millones.” Al verlo en la redacción, Savedra lo echa, furibundo. Luego, paseándose nerviosamente, comentó: ‘-Sabandija. El mundo está lleno de bichos como éste. Sólo viven para la plata.’
La Segunda Parte ‘Interludio en Greenlandia’ comienza con una selección del diario personal del redactor cultural Amadeo Viñetas, a modo de distensión del pesado clima que se cernía sobre la redacción.
En la Tercera Parte, ‘La Defensa’, el retrato del personaje Viñetas se completa magníficamente, con una heroicidad rayana en la locura. De ahí en más, el desenlace se precipita. ‘La defensa de lo indefendible’, la redacción cercada por la patrulla, el ultimátum, el intercambio de disparos, la actitud decidida de Savedra como ‘un francotirador dispuesto a barrer con todos los que estaban afuera’, la histeria de Verónica, y la impensada irrupción de Viñetas-hasta entonces fuera del cuadro de la acción-, quien ‘de pie, en medio de la sala, apuntaba al grupo con una minúscula pistola que parecía más pequeña aún entre sus enorme manos blancas. A su alrededor se habían congregado las ratas como si de un histérico flautista de Hamelin se tratara’, conducen la obra al clímax, páginas que Bentancor escribe con singular maestría y dominio de su métier.
El Epílogo, ‘Otoño’ tiende una pincelada gris de nostalgia sobre la antigua redacción, y la presencia ya sin tiempo del dueño de la desaparecida empresa y el viejo editor, como un fantasma aún con vida, transformando el entorno y volviéndolo al pasado en la escasa luz de sus retinas cansadas, aparecen como pájaros abatidos por la tormenta impiadosa de una época vertiginosa y cambiante, ajena a aquella tan lejana –y cercana- historia de ‘la redacción’.
Esta breve novela afirma la calidad narrativa y acrece el prestigio de nuestro joven autor. Una obra que podría ser llevada con éxito al cine como un vívido testimonio de época, ante la cual se abren como un abismo los vertiginosos avatares tecnológicos y la profusión de medios virtuales que ponen, incluso, en peligro la pervivencia del libro.
Aparecido en "Hoy Canelones", el 12/08/2010.